Egipto

Cuna de civilizaciones, un lugar donde el horizonte es historia.

Egipto es siempre evocador. Tiene demasiada historia para que no lleguen al viajero aromas conocidos y misteriosos que, al mismo tiempo, alertan sus sentidos y dan luz a su mirada.

El Cairo es por sí mismo un mundo más que una ciudad. Oriente asoma en todos sus rincones con el desorden del tráfico y de las construcciones antiguas y nuevas. Y también con la hondura de una historia milenaria africana, por un lado, y mediterránea también. Sus extraordinarias mezquitas, su bullicioso bazar, sus museos y las viejas pirámides con las que el viajero ha fantaseado desde niño ofrecen una experiencia llena de emociones.

Luego aparece el Nilo, ese regalo del cielo cuyas aguas, un siglo tras otro, han alimentado la vida de los campesinos y la de pueblos, ciudades, palacios y templos extraordinarios que se remontan a los orígenes de la historia.

Más arriba de Asuán, navegar por el lago Nasser conducirá al mítico Abu Simbel y acercará aún más al viajero a un mundo, el de los faraones, que fue humano también y del que se escuchan todavía los latidos.

Finalmente, para conocer bien Egipto hay que asomarse al Mar Rojo y descubrir el placer de contemplar esos otros paisajes, bajo el agua transparente, donde la vida se desarrolla plácidamente envuelta en brillantes colores.

En ambos márgenes del Nilo se extiende el desierto estéril. Al este se abre el desierto Arábigo, montañoso y abrupto; al oeste, el desierto de Libia, mucho más llano y formado por una sucesión interminable de arena. Este paisaje desolado sólo se altera por la presencia ocasional de grandes oasis, como los de Baharia, Farafra, Jarga o Siwa, donde la existencia de agua posibilita una explosión de vida en forma de palmeras, cultivos de regadío y presencia humana.

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