Región del Atlas

El Atlas lo forman, en realidad, tres cordilleras (el Altas Medio, el Alto Atlas y el Anti-Atlas) que dividen el interior de Marruecos en dos franjas -una al norte y otra al sur- de tierras bajas. El Alto Atlas, al que se puede acceder fácilmente en menos de una hora desde Marrakech, es la más llamativa de estas cordilleras, y también la que cuenta con el pico más alto de todo el norte de África, el Jebel Toubkal (4.167 metros).

Los valles del Alto Atlas, poblados por bereberes, conforman una barrera física e histórica entre las llanuras del norte y el pre-Sáhara, y presentan un estilo de vida y una cultura particulares. Aquí, los pueblos bereberes se adaptan al perfil de las montañas, y crecen en altura sobre terrazas, como si las casas surgieran de la roca.

Durante la mayor parte del año, el Alto Atlas es el paraíso de los senderistas, que pueden elegir desde excursiones de unas pocas horas, hasta recorridos por la montaña con duración de varios días.

La vertiente sur de los Atlas mira al desierto. En las tierras bajas se asientan algunas ciudades, de tamaño muy modesto la mayoría, que han vivido de la agricultura fértil de algunos valles que penetran en las montañas. Y también, desierto adentro, en pequeños oasis que permitían la supervivencia de una reducida población.

Ouarzazate es una excepción porque es una ciudad de tamaño considerable al borde del camino que cruza la cordillera destino a Marrakech. Pero su carácter como el resto de ciudades viene marcado por el desierto. Las kasbahs eran aquí, en tiempos pasados, importantes como defensa para los campesinos. El desierto, como el mar, era propicio a las invasiones, las tribus que han vivido en él no siempre han sido pacíficas y como nómadas se enfrentaban a la población sedentaria con ánimo de dominarla.

Además de Ouarzazate y, de menor importancia, Zagora, Tinerhir, Skoura, Erfoud o Risani, entre otras, componen este rosario de enclaves que puntúan la línea del desierto y que conservan todo el tipismo. Al este, las célebres dunas de Marzouga, son el testigo de la proximidad de ese infinito mar de arena que impresiona tanto por su belleza como por el rigor de su condición inhóspita.

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