Antártida
La imagen del hielo.
Un panorama tan distinto al del resto de la Tierra no puede menos que impresionar. Y no es sólo lo que se aprecia a simple vista. Es la aspereza del aire, la dureza del clima, la hostilidad latente en cada rincón lo que sorprende y en muchos casos enamora. El viaje a la Antártida se inicia en los confines del continente americano, en tierras inhóspitas donde se asentaron aventureros y arraigaron algunas poblaciones que vivieron del tráfico marítimo cuando doblar el cabo de Hornos era la única forma de transitar del Atlántico al Pacífico.
El continente blanco, aun más al sur y las islas que lo bordeaban fueron tierras desconocidas a las que solo se atrevieron exploradores y algunos cazadores y marineros que se asentaron precariamente.
Las tierras vírgenes han causado siempre una profunda impresión, lo mismo que las aguas que las rodean. La poderosa presencia del hielo y la dureza extrema de las condiciones de vida abren un mundo desconocido de experiencias en torno a un viaje donde se alternan el confort de la navegación en barco, las caminatas por tierras australes, la navegación en zodiac por aguas frecuentadas por ballenas y focas y también el encanto de una escala en capitales como Santiago o Buenos Aires que contrastan y añaden riqueza al conjunto del viaje.