Irán

Del imperio persa al Irán actual.

Pocos países ofrecen tantas sorpresas tan gratas: el trato de la gente, atenta y cordial, la vitalidad de los jóvenes o la vida en los bazares, tan acogedora y bulliciosa que se convierte en un espectáculo festivo para cualquier forastero. Y es una sorpresa también –aunque esperada– el apabullante patrimonio cultural que se encuentra a lo largo y ancho del país, y que es un regalo para los sentidos.

Teherán es una ciudad enorme, con un estupendo bazar y museos interesantes. Luego está Isfahán, seductora en extremo, con sus puentes y su plaza única rodeada de las más bellas mezquitas. Y qué decir de Shiraz, con sus palacios y santuarios levantados en recuerdo de los más grandes poetas, y de Persépolis, la extraordinaria capital del antiguo imperio persa, y de Yadz o Kermán en la frontera con el desierto, y del mar Caspio y de Mashad, la ciudad santa.

Un país con enorme riqueza y personalidad, con rasgos propios de su vieja cultura y otros que nacen de su condición de república islámica. Ambas se proyectan en todos los aspectos de la vida y dan lugar a un llamativo juego de tensiones entre la vida oficial y la real que no pasan desapercibidas y que forman parte importante de la experiencia del viaje.

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