Isfahán

Isfahán pasa por ser la joya de la corona entre las ciudades de Irán, y no sin motivos. La profusa mezcla de bulevares arbolados y jardines, el río que la atraviesa y la magnífica arquitectura islámica que conserva procuran a la ciudad una belleza y un ambiente que la ponen delante de cualquier otra en Irán.

Isfahán es una ciudad grande y espaciosa, de casas bajas, atravesada por un río domesticado y amable que le da vida. Los tres puentes históricos que lo cruzan -en realidad dos, en el centro de la ciudad- son por sí mismos una atracción, sobre todo los fines de semana cuando las familias los visitan y pasean por las márgenes del río.

Pero es la gran plaza de Naghsh e Jahan lo más espectacular. Enorme de tamaño, no es sin embargo abrumadora. Las espléndidas mezquitas y el palacio que la bordean –y que se visitan– son extraordinarios, como lo es, aunque por otras razones, el bazar que se abre en uno de los extremos de la plaza y las tiendas de alfombras, miniaturas y joyas situadas en sus inmediaciones.

La iglesia armenia de Vank, la bella mezquita del Viernes, la graciosa mezquita de los minaretes danzantes –Menar Jonban–, los museos y la calle, siempre animada, hacen de Isfahán una delicia llena de planes a los que dedicar el tiempo.

Hace casi un siglo, Robert Byron describió Isfahán como “uno de esos raros lugares, como Atenas o Roma, que son revitalizantes para toda la humanidad”. Aún hoy, el visitante podrá confirmar la veracidad de sus palabras al atravesar paseando los centenarios puentes, recorrer el histórico bazar y admirar el espectáculo que se abre al llegar a la gran plaza de Naghsh e Jahan, declarada Patrimonio de la Humanidad.

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