Meteora

Espiritual, serena, mágica, impresionante, inspiradora, mística, extraordinaria. Estos son algunos de los atributos que los viajeros atribuyen al conjunto de las Meteoras. El viaje a esta magnífica región combina la majestuosidad y omnipotencia de la naturaleza con la historia, la arquitectura y el eterno deseo humano de alcanzar lo divino.

Desde la aparición del cristianismo ortodoxo, los acantilados verticales de Meteora han sido vistos como el lugar ideal en el que lograr el aislamiento absoluto, encontrar la paz interior y alcanzar la elevación espiritual. La región ofrece un paisaje sensacional de macizos rocosos hercúleos que se alzan sobre la gran llanura de Tesalia (que, hace unos veinticinco millones de años, era un mar).

El primero de los monasterios de Meteora, el Gran Meteoro, se construyó hacia el año 1344, y la mayoría de estos santuarios, que llegaron a superar la veintena, datan de los siglos XIV-XVI. En esta época, se sucedían las guerras de los pueblos turcos con el Imperio Bizantino, y los monasterios de Meteora se convirtieron en refugios seguros y pacíficos para los monjes, pues se encontraban encaramados en lo más alto de los distintos pináculos, tenían una construcción defensiva, y eran accesibles sólo mediante un cesto que se lanzaba desde lo alto (método de transporte que se utilizó hasta bien entrado el siglo XX). Luego, el imperio otomano actuó con tolerancia hacia una población ortodoxa que vivía recluida en las alturas, dedicada a sus rezos.

Con el paso de los siglos, y especialmente afectados por la guerra greco-turca del siglo XX, los monasterios comenzaron a declinar y a ser abandonados. Muchos de ellos quedaron en ruinas, de modo que en la década de los años cincuenta sólo quedaban cuatro monasterios habitados. Hoy en día, seis de ellos han sido restaurados, se pueden visitar en un recorrido de menos de 20 km por carretera, y forman parte de la lista de Patrimonio de la Humanidad.

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