Galway y Connemara

El Oeste de Irlanda concentra las esencias del país y en la imaginación de los irlandeses es ahí donde se guardan con mayor fidelidad las tradiciones y las raíces de la nación. Para empaparse de Irlanda hay que visitar el oeste. En buena parte ello es cierto debido al atraso que durante mucho tiempo caracterizó a las tierras de la fachada atlántica de la isla, con frecuencia yermas, rocosas y estériles, aisladas y dedicadas a una agricultura que ni siquiera era de subsistencia.

El gaélico se conservó en esta región más que en otras partes, lo mismo que costumbres que fueron desapareciendo de las tierras que prosperaron en la costa próxima a Inglaterra. El Oeste, erosionado y batido por el viento, cubierto de una pobre capa de hierba rala, es sin embargo de una belleza arrebatadora. Seguramente es la dureza que muestra la clave de su fuerza de evocación y la explicación de que los paisajes sorprendan y emocionen.

Galway es una pequeña ciudad universitaria con un ambiente muy animado gracias a sus pubs tradicionales, concurridos bares y estupendos restaurantes. Pero junto a ese ambiente moderno y cultural, en Galway conviven restos del pasado, como el famoso Arco Español, edificado en el s XVI en memoria de los barcos españoles que allí atracaban para descargar sus mercancías. Pero ante todo, Galway es un puerto marinero y comercial, el más importante del país, y por ello es una ciudad que huele a mar, que hay que sentir y oler.

Galway es también el punto de partida para poder visitar los Acantilados de Moher, las islas Aran o la región de Connemara. El entorno de Galway es el de un desierto verde que gana en fuerza a medida que se penetra en la región de Connemara, que ocupa el occidente de la península.

Connemara está protegida por un parque natural. Es una zona aislada, con paisajes variados -turberas, colinas, páramos, lagos y montañas- de belleza singular. Será un lugar idóneo para recorrer en coche, a través de algunas de las rutas más atractivas de la isla, y también a pie por senderos bien indicados. Las montañas más altas, las Twelve Bens, miden poco más de 700 m, pero crean las condiciones para una variada vida animal que incluye zorros, ciervos, caballos y aves diversas. Un centro de información ofrece consejo y datos prácticos para la visita. En la costa, de perfiles abruptos, las focas se dejan ver buena parte del año.

Entre Roundstone y Clifden se encuentran extensas playas de arena cuando la marea está baja, limpias y solitarias. En el interior, a orillas de un tranquilo lago, aparece la romántica imagen de la abadía de Kylemore, una mansión palaciega de paredes blancas que acoge hoy un internado.

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