Pompeya

No hay visita a Nápoles que no comprenda una excursión a Pompeya, o a Herculano, o a las faldas del Vesubio, o a las tres. Y es que la región vive todavía de la enorme catástrofe que rodeó a la erupción del volcán en el año 79 y que salió de nuevo a la luz cuando a mediados del XVIII primeras las excavaciones encontraron los restos sorprendentes de las ciudades enterradas por la lluvia de cenizas y de lava. Pompeya es una de esas visitas imprescindibles, y como tal, tiene sus peros. Es imprescindible porque, romanticismos aparte, las excavaciones han llevado a la superficie una auténtica ciudad con numerosas calles y con edificios mantenidos en considerable buen estado donde se conservan pinturas y elementos de decoración que permiten todavía imaginar como era la vida de sus habitantes. Los peros vienen de la aglomeración de visitantes, sobre todo, en época de vacaciones. Todo el mundo va a Pompeya. Y por eso, en invierno o al final del otoño o al empezar la primavera la visita se hace más agradable y en algunos momentos se goza todavía de la ilusión de moverse en soledad por las ruinas.

Una historia de mínimos

Dedicada al comercio, Pompeya fue una próspera ciudad en tiempo de los griegos. Con los romanos mantuvo su esplendor y pasó, con sus 25.000 habitantes, a ser lugar de residencia de aristócratas y notables. Sin embargo, todos sus encantos iban a tener un trágico fin. En el año 63, el terremoto que acompañó a la primera erupción del Vesubio la destruyó, siendo rápidamente reconstruida por sus habitantes.

Esta primera catástrofe había sido sólo una señal. Seis años después, una nueva erupción la cubrió por la mañana de una lluvia de ceniza que alcanzó pronto un metro de espesor. Muchos de los habitantes huyeron despavoridos, pero, calmado el volcán, algunos regresaron. Una segunda lluvia de cenizas y piedras incandescentes se abatió entonces sobre Pompeya durante más de un día. Los habitantes que quedaban en la ciudad se refugiaron en el interior de los edificios mientras una sólida capa los fue cubriendo y penetró en ellos, sepultando todo cuanto había alrededor.

El trágico fin de la ciudad quedó documentado por Plinio el Joven, que asistió como testigo a la catástrofe en la que perdió a su tío Plinio el viejo. Lo dramático de la situación explica la fascinación que despierta en todos cuantos visitan las ruinas. La vida de la época romana ha quedado en Pompeya perfectamente conservada, detenida en un instante y reservada, así, para la historia.

La visita

Se acostumbra a entrar en Pompeya por la Porta Marina, prácticamente frente a la estación del tren. Puede comprarse una entrada para el recinto de Pompeya solamente, pero puede comprarse también una entrada con descuento que da derecho a visitar Herculano, Oplontis y las villas de Estabia.

Está tan estudiada la planta de Pompeya, es tan grande y hay tantas cosas -termas, panaderías, lupanares, templos, teatros, gimnasios, casas patricias...- que resulta imposible hacer una relación corta y además útil.

Lo mejor será procurarse uno de los folletos que se entregan a la entrada -y que suelen terminarse- con un excelente plano para la localización de todo lo que se quiera visitar.

Una visita mínima durará al menos un par de horas, que pasarán casi sin darse cuenta. Aunque lo habitual será dedicar al lugar un poco más.

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