Nelson y Abel Tasman

Nelson es una pequeña ciudad al borde de la bahía de Tasmania. Su importancia deriva sobre todo del hecho de ser una cabeza de puente en el paso desde la isla del norte a la del sur.

A diferencia de otras poblaciones mucho más nuevas, Nelson conserva el carácter histórico en su centro, con catedral, casas antiguas, calles arboladas, espacios ordenados y ajardinados que la hacen agradable como parada entre una etapa y otra del viaje.

En poco rato la ciudad está vista y sus principales calles recorridas. Para comer hay restaurantes graciosos, próximos al centro, que se descubren a lo largo del paseo. Frente al mar, o mejor dicho sobre el mar, hay otro, el Boat Shed Cafe con buena cocina y un atractivo especial.

Aunque Nelson no termina ahí, porque ofrece la posibilidad de hacer dos visitas en los alrededores bien interesantes.

Bordeando el mar, pero tomando la dirección contraria de la que se seguiría para ir al estrecho de Marlborough, se llega al Abel Tasman Park. Lo ideal, para visitarlo, es embarcarse en uno de los cruceros que parten de Kaiteriteri y recorren hacia el norte el litoral.

El Abel Tasman es una reserva boscosa, con un importante relieve, que linda con el mar y que ofrece paisajes magníficos. La navegación más aconsejable -los programas de las pequeñas compañías que operan en el lugar son variados y dan servicio a distintos embarcaderos- conduce a lo largo de la costa hasta una cala, donde se desembarca y se deshace por tierra, andando, una parte pequeña del camino que se acaba de hacer por mar. Después de haber caminado por una senda fácil y en muchos lugares sorprendente y una vez en la bahía de llegada, después de haber tenido tiempo para un picnic y para descansar -o bañarse los más aguerridos- , el barco recoge a quienes dejó un par de horas antes y los devuelve al embarcadero de origen.

La excursión lleva casi todo el día y con buen tiempo es una delicia.

Otro de los atractivos de los alrededores de Nelson es el estrecho de Marlborough. No hace falta llegar al mismo estrecho, porque la geografía es endiablada y los caminos tortuosos. Sin embargo, sí merece la pena tomar la carretera que bordea el mar hacia el este y que transcurre por paisajes de una gran exuberancia. El objetivo puede ser llegar a Havelock donde el camino que ha discurrido por un tramo de montaña se reencuentra con el mar.

Un poco al sur, se abre una región famosa por sus vinos. Y todavía un poco más allá está la pequeña ciudad de Blenheim, conocida por sus bodegas, por un curioso museo de la aviación y por una buena colección de coches antiguos.

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